Divagaciones sobre volumen y tamaño… en la actividad
agropecuaria
Al neoliberalismo le gusta mucho hablar
de volumen producido y comercializado, y poco -o nada- del
tamaño de las explotaciones y de la propiedad de la tierra. Esto
directamente lo esconden, lo soslayan, les da pudor mostrar lo grande que son,
quieren pasar lo más desapercibido posible. Es la forma de que no se note la
concentración y les cuenten las costillas. LA CONSTRUCCIÓN DEL
VOLUMEN, DE QUÉ MANERA SE HACE, CÓMO Y CON QUIÉN, ES LO QUE DEFINE Y
CARACTERIZA UNA POLÍTICA AGROPECUARIA. LA MARCA A FUEGO.
El volumen, a secas, es un vocablo que fascina a
los analistas agropecuarios neoliberales, nacionales y extranjeros,
y también subyuga a los responsables de las grandes compañías
exportadoras de granos: más volumen significa más cereal, más actividad
bursátil, más negocios, más rentabilidad. Para ellos, el volumen es un término
de análisis absoluto, por sí solo dice todo, poco importa si ese volumen lo
hace uno, cien, mil o cien mil, es lo mismo, lo importante es que haya y
mucho; más hay, más comisiones se cobran.
Desde el Estado, el volumen también tiene sus miradas
y dice mucho de los gobernantes: los números, cómo y quiénes lo
consiguen. Son una muestra muy gráfica de la política agraria, si
la mirada es sólo fiscal -es decir, de estricta coyuntura- sobre el
volumen, significa más recaudación, mejor presupuesto, y poco importa los cómo,
los cuántos y los dónde. Es venga la “plata”, después vemos cómo
arreglamos el suelo, las migraciones rurales, el desmonte… No interesa. Al
igual que todo lo que chorrea, que se denominan con el eufemismo: daños
colaterales. Y de colaterales no tienen nada. Son centrales. Dejan secuelas por
generaciones. Pero lo que importa es “la bolsa”. Ahora, si quienes gobiernan
tiene una mirada de más largo plazo, estratégica, tienen definido un proyecto
de país y un plan de gobierno, el volumen es un componente importante -pero no
exclusivo, ni excluyente- de los otros puntos de análisis, que hacen al
desarrollo integral y armónico del sector, y del país.
El volumen siempre tiene un costado positivo, pero no
se debe analizar en forma autónoma, sólo por el número, porque si es de
monocultivo es una cosa; si es de concentración y lo hacen pocos productores es
otra; si es la suma de miles representa otra; si es volumen, en un marco
de diversidad productiva, con rostro humano, sin concentración y
con cuidado ambiental, hay que aplaudir. Volumen y tamaño, si
bien no son términos estrictamente hermafroditas, tampoco son
dicotómicos, van generalmente (no siempre) hermanados, y los dos se
ayudan mutuamente, y aportan diferentes costados que colaboran en
ponerle precisión al análisis, de cada situación
específica de la producción agraria. En muchos aspectos, el tamaño hace a la
forma de conseguir el volumen, aunque no necesariamente se puede y debe asociar
al volumen con buenos rindes o mucha productividad. La explotación chica y
mediana puede hablar de buenos rindes o alta productividad por hectáreas, pero
le cuesta el volumen, debe sumar a otras semejantes para llegar a
ser importante en cantidad. Lo volumétrico, de qué forma se llega, cómo se
consigue, tiene que ver con el tamaño de la explotación, pocos
productores grandes pueden sacar muchos volúmenes, muchos productores chicos
pueden obtener alta productividad por hectárea, pero no volumen. No es
esta una disquisición teórica filosófica, sin sentido, es esencial a la
hora de diagramar una política agropecuaria, tener en claro estas definiciones.
Y es la parte sustancial de todo el discurso neoliberal
agrario, que le adjudica a los volúmenes de producción, la panacea que
cura todos los males y lo ponen como una de las causas del hambre
en el mundo; situación por demás de perversa, cuando en el mundo más se
produce, más hambre hay, plantean producir más, pero no quieren discutir
las distribución de la riqueza, que es la verdadera causa del hambre en el
mundo.
Hablan mucho de volúmenes producidos, sin desagregar
tamaño, quiénes lo hicieron, cómo lo hicieron, dónde lo hicieron, sin
diferenciar zona, tipo de suelo, si es monocultivo o mixto y sólo a partir de
la escala. Sacan conclusiones que no siempre son correctas para quienes vemos a
la agricultura como un servicio cuasi público, que necesita
rentabilidad para ser sustentable, a diferencias de quienes la ven
exclusivamente como un negocio, y poco les importa si es sustentable en el
tiempo.
Los chacareros siempre aportan al volumen
Los chacareros siempre producen (no confundir con
plantadores de soja), muchísimos se fundieron trabajando, está en el ADN
primigenio de los pequeños y medianos productores, la idea de que hay que
sembrar, porque la mesa de nuestros compatriotas depende de lo que nosotros
producimos. La agricultura buitre de monocultivo y capital financiero, sólo
siembra si gana, si no, se va a otro “palo”. Es la diferencia filosófica que
hay entre un chacarero, que da la vida por su pedazo de tierra y conoce
hasta la última laguna o pozo, y un plantador de soja sin arraigo, sin
compromiso, cuyo único y excluyente objetivo es ganar plata, aún a costa
de destruir el suelo y todo lo que lo rodea. ¿Saben por qué un chacarero, con
chacra mixta siempre siembra y puede seguir sembrando, aún cuando los mal
llamados eficientes, mega productores, o pools de siembra, se van, porque
no es rentable o pierden plata? Ellos se quedan, siempre se quedan… ¿Por
qué?... Porque la chacra mixta es un TODO INTEGRAL, une vivienda,
producción para consumo y para el mercado, granos con carnes,
sustitución en la casa de muchas cosas que se ahorran de comprar, tiene
menores costos operativos y de vida, y produce más y mejor que la agricultura
concentrada. Cualquiera sea su forma jurídica, une lo cultural, lo productivo,
lo ambiental, el arraigo, el empleo. Tiene tantas ventajas que parece mentiras
que los gobernantes glorifiquen a los pools y no se percaten de este
instrumento tan útil y eficaz que es la chacra mixta. Es cierto, tiene
menos glamour que los Grobos o el Tejar, o quizás, no ayuda a convertirse en
miembro de la Sociedad Rural. Pero es mucho más eficiente, noble y nacional que
todos los nuevos instrumentos que nos quiere vender la concentración económica,
para hacernos creer que es bueno para el país que pocos ganen mucho, que esa es
la forma de producir más,…y que esa riqueza en algún momento
se va a derramar a todos los argentinos. La teoría del derrame
vendría a ser algo así como acostarse debajo de un parral, abrir la boca,
y esperar que caiga una uva, para poder comer, mientras otros -que juntan
la uva y la transforman en vino- nos dicen: “tranquilo, sigan esperando, con paciencia
y la boca abierta, que ya se va a caer una y ahí sí, ¡esa sí
la distribuimos! Es la famosa teoría del derrame que predica el
libre mercado vernáculo. Y cuando la teorizan y lo proponen, no se
sonrojan, “ojo” hay que tener cara para bancar semejantes dislates
argumentales. Y no sólo eso: hacen seminarios, debaten, se citan y
se premian entre ellos, con una grandilocuencia, que parece que
hubieran descubierto la teoría de la relatividad, no que estuvieran destruyendo
ciento de miles de chacras. Y con voz impostada de gravedad nos dicen: “hay que
producir más, ser más eficiente y eso sólo se consigue con la escala”. Nos
cuentan la historia, como si nos estuviesen haciendo un favor al hacerse
millonarios, lo transmiten de una forma tal que pareciera que se
sacrifican y ganan plata, como una obligación moral y
patriótica… Se hacen ricos por la patria, por nosotros, para que seamos
más felices. Y nosotros -que somos ingratos y desagradecidos de tamaño
esfuerzo-, no razonamos, no los entendemos, y no los ponemos en el lugar que
ellos se merecen… Al lado de San Martin y Belgrano. Quieren que los
glorifiquemos como a San Martin y Belgrano, hablan de la segunda revolución de
las pampas. Alguno de ellos propuso cambiar el nombre de Avenida del
Libertador por Siembra Directa, no se crean que invento o exagero. Nada
de eso, (ver Artículo Diario la Tierra diciembre del 2005, Grobocopatel y la
Avenida de la Siembre Directa. Si no fuesen trágicas semejantes sandeces,
moverían a risa, dignas de alguna novela de García Márquez. Pero están a punto
liquidar 150 años de colonización agrícola, y no es “joda”. Me pregunto…
¿podemos en Argentina, ser tan giles de comprar semejante buzón y permitir que
barran a todo el interior productivo, se hagan millonarios, concentren y
despueblen a todo el interior, y encima nos cuelguen el sambenito de inútiles,
ineficientes y desagradecidos?
No subestimamos el volumen y seguimos luchando contra
el tamaño
Es importante aclarar-por si no lo quedo- que no
subestimamos el volumen, todo lo contrario. Ojalá siempre cosechemos muy bien
-nadie siembra para sacar menos o poco- y podamos entre muchos, generar
volumen, tanto para el consumo interno como para la exportación,
que no es lo mismo que entre pocos generen mucho volumen. Ya sea por la
combinación de mucho campo y poca productividad -propio de las década del
50 al 80-, u hoy que con mucho o poco campo se obtiene altos rindes
por hectárea, nada tiene hoy que ver la alta productividad con el tamaño de la
explotación. Para generar volumen, hoy es necesario tener alta
productividad, para lo cual todo lo que se invierte en ciencia y técnica
es determinante. Ya demostramos (ver capítulo “Volver hoy es más fácil
que en los ochenta”) que el tamaño de la explotación poco tiene que ver con la
alta productividad, todo lo contrario, nada mejor que la pequeña y mediana
propiedad agraria para hacer agricultura científica, eficiente, ya que
hoy puede acceder a la misma tecnología y conocimientos técnicos, tanto un gran
productor como uno pequeño. Es la propiedad familiar, sin duda, el tamaño
ideal para hacer agricultura, de ambiente y precisión, y desde allí aportar al
volumen: muchos produciendo mucho. Por eso decimos que, al volumen no lo
subestimamos, queremos resignificarlo, que es otra cosa, y ponerlo en su
correcta dimensión, porque no todo volumen representa lo mismo, ni se
construye igual.
Salud y cosechas
Pedro Peretti
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