Divagaciones sobre volumen y tamaño... En la actividad agropecuaria (parte 4)
Sentido común productivo
Nosotros nos inclinamos por lo que denominamos
SENTIDO COMUN PRODUCTIVO. ¿Qué
significa esto? Que la unidad de mediada está dada, desde nuestro punto de
vista, en la combinación de satisfacer la demanda interna, que sobre lo que sea
razonable para la exportación y que
permita que la producción con
productores, sea sustentable.
El debate político -que es de toda la
sociedad, no sólo del sector-, es el que debe darle el piso y el techo al sentido común productivo, de cuánto, qué, cómo
y dónde producir. Partiendo de la base
de que lo principal es la necesidad de alimentar a nuestra gente y después -cuando
el estómago de los compatriotas esté lleno-, salir a de
conseguir divisas, no al revés. Compatriotas con hambre y balances exportables
exitosos. La prioridad es comer, que coman todos los argentinos y después,
vender afuera. Ese criterio, con ese debate, con esas prioridades, con esa
fórmula de calcular lo que necesitamos, es lo que debe marcar el rumbo
productivo de cuál es el cultivo que debe
desarrollarse más y cuál menos, y que llamamos: SENTIDO COMÚN PRODUCTIVO
SOCIAL.
Otra pregunta no menor, a
lo hora de desarrollar una política agraria: ¿Para quién va diseñada? ¿Para
beneficio de la población, de todos, o de
las empresas trasnacionales, los grupos concentrados y sus auxiliares
productivos, los mega cultivadores? ¿Cuánto pueden y deben intervenir, este
tipo de compañías en el proceso? Es fundamental entender la necesidad y
urgencia de este debate, que es también
eminentemente político. Al contrario de lo que plantean los defensores
del libre mercado, que sólo ven las cosas desde su costado productivo, sin
política, lo presentan como neutro, imparcial,
sin intervención de ningún tipo y orientado a producir mucho, de
cualquier cosa que reclame el mercado mundial, sin atender las necesidades
locales. El Estado no debe meterse, es
mal administrador y malgastador, la vida sin Estado es más “bella”. Un debate
que atrasa por lo menos, dos siglos. Nosotros creemos, que es la política la
que regula. Siempre es ésta para un lado o para otro, y es la que, si está al
servicio de los sectores populares, que logran conducir al estado- nos hará más
libres (no el mercado) y debe conducir las variables agropecuarias de la nación.
También es sin duda, la que debe conducir a la economía y marcar los parámetros, sobre
la necesidad, que como sociedad tenemos. Es la que nos dará la medida adecuada, cada
año del volumen, que estimamos óptimo, después la naturaleza, también decide. Como bien se dice, “la necesidad
hecha conciencia, es la libertad”. Esa libertad de tener cantidad y calidad, de
alimentos adecuados al alcance popular es la soberanía y seguridad alimentaria
de la nación. Bien supremo -si los hay, junto a la salud y educación- que hay que cuidar todos los días al igual que
los cultivos, porque si no alguien lo toma todo, en beneficio propio, y habrá libertad de mercado… Sí, y éste, la única
libertad que nos garantiza es la de morirnos de hambre libremente, debajo un
puente, a la intemperie o donde queramos. La libertad de mercado, es la única
libertad que el mercado, puede asegurar. Las consecuencias de la liberalidad en pos del
volumen son graves, tanto desde lo político,
como desde lo social, para el conjunto. Al impedir el libre y fácil acceso de los
sectores populares a los alimentos básicos, producto de los altos precios que
originan las posiciones monopólicas, incurre en la principal y más grave restricción a la libertad que pueda cometer un régimen o gobierno; cuya
meta debería ser satisfacer adecuadamente esa necesidad -la de pensar con el estómago
lleno, comer bien, en familia, todos los días-, esa es la principal libertad,
la de verdad, no la de mercado. Tener
grandes volúmenes de cereal, importantes saldos exportables, no garantiza esta
libertad.
Mucho volumen, cantidad de
alimentos, no significa que el pueblo viva bien o mejor. Como decía Monseñor Helder
Camara, Obispo emérito de Olinda y Recife, “de qué sirve la carne si está
colgada en el gancho de la carnicería y no tengo plata para comprarla”. Si la necesidad hecha conciencia es libertad, la mala alimentación es el equivalente a una
cárcel a cielo abierto: parecemos libre,
pero no lo estamos, es una jaula sin barrote, que quita la libertad de pensar libremente, y
somete -aunque conserves la de deambular- sin restricciones. El volumen debe estar determinado, y al
servicio del pueblo, eso parece sencillo,
pero no lo es, debido a los tremendos intereses que se mueven detrás de los
alimentos. No es fácil, aunque sea moralmente irreprochable, distribuir
adecuadamente la riqueza, que no es otra
cosa que el sentido común productivo.
Valor y precio más volumen
y tamaño
En la agricultura -como en
la vida- no hay que confundir valor con precio. Cada una de estas variables
sumadas y combinadas a, las ya vistas, volumen y tamaño; más el cómo se
distribuye y reparte la renta que generan, componen el SENTIDO COMUN PRODUCTIVO CON ORIENTACION SOCIAL, que es lo central
que debe definir una política
agropecuaria. Esto no es teoría, es práctica pura y disputa de intereses, de “guita”,
de ver quiénes y cómo se benefician con
la producción de alimentos, sin este concepto claro y un fuerte respaldo
popular, no se puede hacer política agropecuaria a favor de los sectores
nacionales y populares. Sin duda, cada uno tendrá una mirada distinta según sea
el lugar que ocupemos en la sociedad, compatibilizar las miradas divergentes es
tarea política de los gobiernos, situación en la que -como vimos- es imposible
escaparle al conflicto: hay intereses, puros y duros, de marcada divergencia,
según sea el lugar que ocupemos en la escala productiva y en la sociedad. La convergencia y el consenso, no siempre incluye a todos,
evitemos la demagogia y los facilismos, de que el dialogo lo resuelve todo y
somos todos amigos -el ocupante precario, el chacarero, el pools , Monsanto,
Cargill, el supermercadista monopólico,
el consumidor trabajador y el del segmento ABC1-, ese consenso no existe, no es
posible, porque no hay un Estado celestial donde todos ganan y acceden a lo que
quieren o se les antojas; lo que le falta a uno, lo tiene el otro, porque se
apropia de un porcentaje mayor de la torta productiva. Seamos realistas y
serios, si no siempre discutimos desde el lugar equivocado, los hechos son los
hechos: “no son las cosas quienes confunden a los hombres, sino las opiniones
sobre las cosas” (EPITECTO). Para los gobiernos por ejemplo, el Trigo es un cultivo
de valor, más que precio, al revés de los productores; porque es parte,
insoslayable de la política doméstica, por ser un elemento indispensable e
insustituible de la alimentación de los argentinos, y su precio impacta de
lleno en el bolsillo de los sectores
populares. Siempre acá y en cualquier lugar del mundo, el precio de la harina
es parte de la política doméstica, el pan tumba y pone gobiernos desde siempre,
y es eje de grandes disputas y revoluciones, desde hace 5000 años. Por lo tanto es un cultivo en el cual el valor supera al precio, de
cual es indispensable construir un volumen y definir quiénes se harán cargo de
hacer ese volumen, algo que también tiene que ver con la política. Esa
combinación, se puede hacer para ambos lado, o a favor de los grupos
concentrados, o a favor de la población; hacerla para el lado del pueblo, es lo
que llamamos sentido común productivo
social.
La soja en la Argentina es un cultivo que se
exporta casi un 100% (excepto el remanente de semillas y de consumo de poroto,
el resto se exporta en distintas variantes; acá para los gobiernos el precio
supera al valor. Si no dan los números, hay que sembrar otra cosa, y no tiene
tanta, ni tan directa incidencia en la
vida cotidiana de los argentinos, o la tendrá por otra vía, menor presupuesto,
por ejemplo (pero es otro debate). El trigo sí que la tiene, y lo hemos visto en
estos días, movidos por el precio de la harina y la presunta falta de trigo
para moler: debemos sí o sí sembrar, trigo, es un cultivo estratégico para la
soberanía del país, para cosechar las
aproximadamente 6 millones de toneladas para el consumo interno, que depende el
rinde medio deben ser –para estar tranquilos-, unos tres millones de hectáreas
sembradas. Eso es lo que marca la necesidad que, según nuestro criterio, es el
piso sobre el cual se edifica todo lo que viene después, es el número al que debemos llegar
aplicando el sentido común productivo
social, piso obtenido a partir del debate, poniendo como eje el consumo
interno y el precio del pan. Lo que sobra para exportar… si sobra, sino primero
los argentinos. Ese volumen se puede obtener con miles de productores o con
alguno cientos, esa es una decisión política, pues trigo se puede cultivar de
las dos maneras en cuanto a asegurar lo volumétrico: con o sin productores; con
un puñado de productores integrados
verticalmente con el monopolio del cultivo, la molienda, la distribución y
hasta la panificación, se garantiza el volumen… o con una producción diferenciada,
con miles de chacareros produciendo, en forma diversificada y distribuidos geográficamente en todo el
territorio, para evitar largos fletes, y demás gastos de logísticas. Este debate es la madre de todas las
batallas, es el nudo de la discusión
política que plateábamos, y la decisión va a marcar a fuego no sólo la política
agraria, la forma de garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria de la
nación, sino la política económica del país, pues la incidencia en precios y
salarios de esta decisión, no es superflua, sino todo lo contrario. Conspira para la real percepción de este
debate, el hecho de ser la Argentina, una gran exportadora de productos primarios y varios de ellos de la
mesa diaria familiar; ese detalle, la abundancia, lo que nunca falta, por lo
menos, en las góndolas de los súper, es el alimento físico, si falta en muchas casas, la plata para comprarlos.
Pero la abundancia física de productos alimenticios producidos en el país,
opera como un antídoto, que nos hace
reflexionar seriamente sobre cómo y quiénes
producen los alimentos, pareciera
que éstos siempre estuvieron, y estarán, y que se hicieron de la misma manera y
por los mismos sujetos agrarios, y no es así. Es tal vez la causa principal que muchas veces,
nos hace confundir valor con precio, y no
nos importa, o no prestamos atención al detalle de quién hace el volumen, de qué
forma se lo construye, y el tamaño de
las explotaciones nos parece un asunto secundario. Son temas claves, centrales,
que hacen a nuestro bienestar y a la justicia social, y a los que debemos prestar mucha atención, tanto
política como socialmente, para poder construir
entre todos, en base a la necesidad, EL SENTIDO
COMUN PRODUCTIVO y dar el debate político, en defensa de otra agricultura, la que nos garanticé,
volumen, con distribución, salarios
dignos, diversidad productiva,
sustentabilidad ambiental y rostro humano, no concentrado, en la ejecución de
las labores productivas.
Salud y cosechas
Pedro Peretti
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